Masacre del 30 de julio de 1975 “Lección y reto”

Por: Óscar Martínez / Diario CoLatino.

William D. Martínez, con su lucidez intelectual, asegura que El Salvador es históricamente un país de masacres y de violaciones a los Derechos Humanos porque desde la conquista, pasando por la lucha emancipadora, luego en 1832 con el levantamiento de Anastasio Aquino, La Ley Ejidal que despojó de sus tierras a los pueblos originarios, verdaderos dueños de éstas. La masacre de 1932 con más de 30,000 indígenas, campesinos, obreros y estudiantes asesinados. Posteriormente el levantamiento en 1944, enseguida el golpe de Estado de 1960 contra Chema Lemus, La intervención del ejército por órdenes del recién fallecido coronel Arturo Armando Molina en la UES en 1972. La masacre de los estudiantes de la UES en 1975, el asesinato del padre Rutilio Grande en 1977, el martirio de Monseñor Romero el 24 de marzo de 1980 y posterior masacre de los fieles católicos en las afueras de Catedral. Las masacres suscitadas en el río Sumpul, El Mozote, La Cayetana, Las tres hojas, los dirigentes del Frente Democrático Revolucionario FDR, sindicalistas de FENASTRAS, los jesuitas, en los años ochenta entre otras, y la última intervención nuevamente a la UES en noviembre de 1989, por órdenes del presidente Alfredo Cristiani.

Las violaciones más recientes son las realizadas por el presente gobierno con el efímero golpe de Estado a la Asamblea Legislativa, el 9 de febrero de 2020 y la destitución ilegal de sus cargos del Fiscal General y los magistrados de la Corte Suprema de Justicia, el 1 de mayo del presente año, las violaciones continúan y no sabemos qué va a pasar cuándo en el año 2022 elijan al nuevo Procurador y esta institución pase a manos del gobierno actual y deje de actuar con criterio propio. De seguro, obligadamente vamos a tener, como en los años ochenta de crear una Institución paralela de Derechos Humanos verdaderamente independiente del gobierno actual.

Esos son los antecedentes que William expone a lo sucedido el 30 de julio de 1975, un hecho conocido mundialmente porque no fue un hecho aislado. Recordemos que el 10 de mayo de 1975 fue asesinado el ilustre poeta Roque Dalton, el 30 de junio secuestraron a Francisco de Sola, el 19 de julio se desarrolla el concurso de Miss Universo, acto propagandístico para presentar el país como “EL Salvador, país de la sonrisa”, tratando de ocultar con dicho evento la violación sistemática de los Derechos Humanos por parte del gobierno. Apenas unos días del evento los estudiantes de la Universidad de El Salvador UES Santa Ana, planificaban un desfile BUFO, para mofarse del concurso de miss universo y contra el gobierno de la república. La intervención del ejército en el Centro Universitario de Occidente para impedir se realizará el desfile fue la pólvora que se regó hasta la ciudad capital, donde estudiantes universitarios y de educación media realizaron la marcha pacífica en apoyo a los estudiantes santanecos afectados por la intervención militar.

Aclaro que para el 30 de julio de 1975, yo tenía 15 años y no participé en la marcha, pero tenía amigos con quienes a diario me reunía en la cancha de la colonia Zacamil, para conversar y ponernos de acuerdo, (además de jugar fútbol), de ir a todas las marchas de protesta contra el gobierno de turno. Mis amigos de barrio estudiaban en los colegios del centro de la ciudad, principalmente José, quien, si participó por ser estudiante del colegio Celestino Castro, colegio en manos del Partido Comunista. Recuerdo que estábamos jugando fútbol, cuando cerca de las seis de la noche apareció José, todo asustado, a narrarnos los sucesos acaecidos esa tarde en la pasarela del Seguro Social, diciéndonos que él había logrado escapar gracias a que cuando huía de la persecución de la Guardia Nacional, personal médico del hospital, pudo esconderlo a él y otros más en una de las bodegas del hospital.

Con lo narrado por José todos los muchachos que le escuchábamos nos indignamos contra los militares, principalmente contra el General Romero, quien dirigió la masacre. A partir de ese momento con el grupo de muchachos juramos oponernos a masacres y a toda violación a los Derechos Humanos por parte del Estado, lo que hasta la fecha hemos cumplido. Al día siguiente, en grupo acudimos a la Universidad para apoyar las protestas contra la masacre. Fue cuando escuché hablar por primera vez a una profesora de nombre Tomasita de Zetino, perteneciente a ANDES 21 de Junio, quien manifestaba que su sobrino Roberto Antonio Miranda López participó activamente en la marcha y desde la masacre había desaparecido, por lo que pedía ayuda para encontrarlo.

Con la profesora Tomasita tuve la oportunidad de relacionarme con ella y pude cuando fui Director de Proyección Social de la UES, publicar completamente la historia de cómo sucedió la muerte de su sobrino Roberto el 30 de julio. Ella manifestaba que a los guardias no les bastó herir a Roberto, sino que, encontrándolo tirado en suelo herido lo ejecutaron con un tiro de gracia en la sien, que luego recogieron su cadáver para llevarlo a la morgue, donde lo encontró.

Según datos no oficiales esa tarde fallecieron unas cien personas entre universitarios y estudiantes de educación media. Los medios de comunicación se dieron a la tarea de desinformar a la población sobre los hechos acaecidos ese treinta de julio. Sin embargo, el pueblo mismo se encargó de desmentir a los medios masivos oficiales y de mantener viva la memoria histórica, recordándolos no como una especie de masoquismo, sino para que los hechos suscitados esa tarde no queden en la impunidad y, los más importante, para que no se vuelvan a repetir.

Lecciones aprendidas

William reflexiona sobre los hechos del 30 de julio para sacar lecciones, entre ellas, que la violencia nos enseña que los patriotismos desaforados y el fascismo siempre tienen consecuencias desastrosas, sobre todo para la población civil que es la principal víctima de los conflictos armados.

La guerra civil causó la muerte de 80,000 personas, durante los años setenta y ochenta, destruyó miles de hogares, obligó a muchas personas a abandonar sus casas, a muchos niños y niñas a presenciar los asesinatos de sus padres y madres, causó pobreza, hambre, discriminación, persecución, desempleo, miedo y lo peor, desintegración familiar por la emigración indetenible que hasta la fecha existe.

Entre los retos que visualiza William está la de continuar con la búsqueda de responsables de todos esos asesinatos y desapariciones de miles de salvadoreños, así como sucedió con los juicios de Núremberg.

Crear una cátedra de memoria histórica en todos los pensum académicos, tanto en educación superior como en educación media así como mantener la conmemoración de los mártires del 30 de julio.