Dentro y fuera de Estados Unidos, ha sido casi unánime la condena a la política de “tolerancia cero” de Donald Trump contra los migrantes indocumentados. El decreto ejecutivo que entró en vigencia a inicios de mayo estipula que todo migrante que ingresa a suelo estadounidense de manera ilegal debe ser procesado criminalmente.
Y como las leyes de su país no permiten que los menores vayan a la cárcel, entonces Trump ordenó separar a los niños de sus padres. De acuerdo al Departamento de Seguridad Nacional, entre el 5 de mayo y el 9 de junio aproximadamente 2,300 niños y niñas fueron separados de sus padres cuando intentaban alcanzar un sueño que se trocó en pesadilla.
Pese al machismo, xenofobia y racismo que destila, era difícil imaginar que Trump fuera capaz de tanta inhumanidad. Para él, los migrantes son una especie de peste, una enfermedad que solo produce criminalidad. Ya se sabía que para este presidente representaban, a lo sumo, moneda de cambio para negociar acuerdos con sus opositores.
Pero con esta medida da un paso más: trata a los migrantes como indeseables. Por eso no dudó en ordenar separaciones que producirán traumas imborrables en la vida de miles de niños. Solo la presión de amplios sectores en Estados Unidos y de la comunidad internacional le obligó a dar marcha atrás.
El 21 de junio, Trump firmó otro decreto que detiene la separación de las familias, pero no el proceso de criminalización de los migrantes. Además, el mandatario está utilizando de nuevo a los migrantes para negociar con demócratas y republicanos la formulación y aprobación de una nueva legislación que detenga la migración y de paso le proporcione fondos para hacer realidad su principal promesa de campaña: la construcción del muro en la frontera con México.
Si Trump pensó que su dureza con los migrantes indocumentados le granjearía popularidad como cuando competía por la presidencia de su país, se equivocó.
El drama de la separación de familias fue uno de los temas de la reunión de esta semana entre los presidentes de Guatemala, Honduras y El Salvador, y el vicepresidente estadounidense, Mike Pence.
Al hablar sobre la problemática, el cuestionado mandatario hondureño, Juan Orlando Hernández, reveló una visión tan equivocada como la de Trump. Hernández afirmó que había que resolver definitivamente el problema de la migración yendo a la raíz: persiguiendo y capturando a los coyotes que se encargan de llevar a la gente a Estados Unidos.
Tan inaceptable es la visión de Donald Trump por racista e inhumana como la propuesta del presidente hondureño por superficial y mentirosa.
Los migrantes no son el problema, como pretende Trump, menos aún los coyotes, como lo hace ver Hernández. La migración es la consecuencia de la exclusión económica y social de grandes sectores de la población y de la cada vez más insoportable situación de violencia en buena parte de Centroamérica. La salida no es la criminalización de los migrantes y de los coyotes, sino construir sociedades con oportunidades para todos, sin el abismo que separa a unos pocos que lo tienen todo y a muchísimos a los que nos les queda más que escapar para encontrar en otras tierras una oportunidad de superación.
Migrar no es un crimen; crimen es lo que obliga a migrar.
Por / UCA.